Mis demonios...

Un dolor en el pecho que sigue de una falta de aire mientras vez el techo de tu cuarto, acostada sobre tu cama. ¿Qué es esa sensación? Vacio. Dolor. Preocupación. Miedo. Debilidad. Tristeza. Todo sentimiento negativo te lleva a esa sensación.

Te levantas y decides ir a otro lugar de tu hogar. Tienes cuidado de no despertar al resto de tu familia. Es inevitable, tu cachorro se ha despertado y te sigue hasta que te sientas en el sillón reclinable que ha comprado tu padre. Lo cargas y te sientas con él en brazos. Se revuelta en el lugar y te abandona.

Observas tu teléfono móvil. Las tres de la madrugada en punto. Bendita la hora en que tus demonios han despertado y exigen insomnio para tu cuerpo. Es ideal. Necesitas pensar.

Uno a uno toca tu cuerpo con su frío acto. Disfrutas como recorren tu piel al momento en que enciendes la pantalla de tu celular para tener un poco de luz. Sonries de forma torcida. Te sientes sóla, pero la sensación es esencial para el momento.

Se detienen y vuelves a sentir calidez. Comprendes que aquellos demonios son necesarios para vivir como vives. Amas a tus propios demonios que dejas que te arrastren de vez en cuando a lo profundo. No te arrepientes de nada. Eso es bueno. ¿No lo crees así?

Caer. Llorar. Odiar. Despreciar. Somos humanos. Es natural tener sentimientos negativos. No podemos vivir siempre de la luz. Las tinieblas no son tan malas como parecen. No somos blancos ni negros. Somos grises. En diferentes tonalidades.

El llanto y el miedo cesan. Tiemblas un poco a causa de los escalofríos. Te levantas y vuelves a ir a tu habitación. El techo se ve más oscuro, pero apasible. Tus demonios callan pero siguen ahí. Sonries estupidamente. Sabes que ahora estás con alguien con él cual tus demonios se acoplan con los tuyos. No sólo son felices juntos; pueden sufrir juntos.